Cuando el individuo adquiere un nivel elevado de pragmatismo ocurre que su vida no tiene otro fin que el deseo del objeto, cuando mira no ve más que entidades en movimiento con trayectorias predecibles, su visión es plana, sólo busca la sombra de ese buen árbol para pasar las duras horas de sol, y después, cuando la noche llega, quema su tronco y ramas, calienta sus entrañas con el calor que desprendieron las víctimas de su pasión, de sus palabras, de su razón.
No piensa, no siente, responde a sus bajos instintos, que no son los sexuales, sino los de su sentido práctico de la vida y a los que él mismo califica de inteligencia, se miente a sí mismo porque si no lo hiciera vería un ser repugnante, vacío, el mismo que cada mañana asoma a su espejo, el del alma.
Imagen y texto, P. Castañeda.
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