miércoles, 23 de noviembre de 2011

Alas de oro.


Alas de oro
Siempre entendí que no debía construír alas de oro para impresionar,
sabía, porque había observado, que eran fáciles de derribar,
además sospechaba que jamás aquéllo me daría la libertad,
pues era ser esclava del viento poder hacerlas volar,
iniciar el camino sin horizonte, no saber ni cuándo ni cómo llegar,
prefiero estar a expensas de las olas y si es preciso naufragar,
mi ancla siempre será mi pensamiento y no el de los demás,
ni el oro ni la iglesia consiguieron ahogarme con su tempestad,
sólo admiro el pensamiento, siempre que sea, cosecha del pensar,
y no la basura que circula, que de boca en boca va,
pienso, y puedo estar equivocada, que levantarse y avanzar no sólo es masticar,
hay que rumiar la voz propia, y también por qué no, la que de paso está,
procurar no perder nunca de vista la sombra del árbol de la verdad,
cada uno la suya, siempre, claro está, que se pueda argumentar,
pues hasta que el sol se pose, va a ser mejor esperar,
y para esperar, mejor encina que olivo, que buena sombra dá,
creo que queda claro que las ramas de oro, aunque vistosas, tienen poca utilidad,
vale más la hoja verde que baila con el viento, siguiendo su compás,
que la caduca que abandona y al final a la tierra va a parar.
P. Castañeda.

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