Reconciliación de
ciencia y utopía
Los ríos de la ciencia y la utopía confluyen ante nosotros
desembocando en el mar la realidad, caminamos por esas veredas que acompañan a
ambos ríos y a veces paramos a descansar, bebemos de sus aguas pero nunca
perdemos de vista de dónde vienen y adónde van.
“Disoñar, de diseñar y soñar”, de la imaginación a la acción,
de lo percibido a lo pensado, de la utopía a la realidad, del cerebro, artesano
en desprestigio, a la verdad.
El cerebro, contenedor y contenido de sueños, de artefactos,
de arte y de facto, generador de ideas, que en medio del todo y la nada, aprehende,
aprende y prende la palabra, plasma la obra, y sabiendo que sólo es obra si la
palabra es libre, ni la compra ni la vende, elige la palabra parida y no
replicada, la palabra intencionada, resultado y principio, la palabra amante y
amada por la utopía, aquella que la ciencia imprime y viste de verdad, liberada
de la arbitraria opinión, libre del disfraz de la emoción, pero con la satisfacción
de ser y existir, la palabra descarriada, dotada de atino y destino, despojada
del desatino de la pasión, palabras perdidas que divergen por la jungla del
saber, ahora disciplinadas para hacerlas converger, de la información a la
dirección, de la inspiración a la razón y de nuevo al manantial de los sueños
para fluir y empezar de nuevo.
“Replicantes no hay camino, se hace camino al pensar y al
reflexionar se observa la senda por la que el rebaño va”, es misión del homo
sapiens sapiens en evolución (¿seguimos evolucionando?) practicar apología del
pensamiento con el objetivo de ser y sentirse más libre y así escapar de la
esclavitud a la que lo someten las contingencias políticas, sociales y
económicas.
Se ha tomado prestada la palabra disoñar de Educadores y Educandos infantiles, una
utopía posible. Domínguez, J., tergiversada en aras de lo poético.
Fotografía
y texto P. Castañeda., J.
Delfín.
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